LA MÁQUINA DEL TIEMPO ** Manuel Espinosa ** Historia  

Publicado por: Pandora


Es el sueño de cualquier apasionado de la historia, un medio que nos permite transportarnos a diferentes épocas y momentos decisivos de la humanidad. Usaremos esta peculiar máquina del tiempo para viajar a todos esos lugares soñados, independientemente de si quedan lejos de nosotros o de si desaparecieron para siempre. La palabra escrita, la fotografía y el video serán nuestros acompañantes y nos facilitarán esta tarea.

Desde Pandora, nuestro lugar de encuentro, nos aventuraremos cada mes en un destino concreto de la historia. Para ello lo único que tendremos que hacer es programar nuestra máquina con los datos correspondientes y dejarnos llevar por todo aquello que veremos y oiremos.

BUEN VIAJE.

Tercer Destino

Lugar: ROMA.

Coordenadas: 41º 54′ 0″ N y 12º 30′ 0″ E

Fecha: 44 a. C.

Descripción del viaje:

Una enorme mancha de sangre alrededor de un cuerpo vestido con telas blancas en el centro de un gran salón. Ésta es la primera visión que tenemos al descender de nuestra máquina. Al instante se forma un revuelo de gente corriendo por todas partes que gritan: ¡César ha muerto!. Se nota en el ambiente la emoción y preocupación que sienten todas esas personas, parece ser que César era realmente un personaje muy querido.

Al dejar apresuradamente la escena paseamos durante todo el día por la ciudad de Roma, y al espectáculo arquitectónico se une otro aún mayor, el de la oratoria pública de personas que narran, conscientes ya de lo ocurrido, la fascinante historia de Cayo Julio César.

Al nacer César, en el año 100 a. C., Roma estaba gobernada por la República. Descendía de una de las familias más distinguidas de la ciudad pero ya no disponía de tanto poder y esplendor como en tiempos pasados. Su padre murió cuando él tenía 16 años por lo que pronto tuvo que hacerse cargo de todo.

Cuando sólo era un adolescente fue secuestrado por unos piratas al dirigirse por mar a estudiar a la isla de Rodas. Ya en esa situación demostró su capacidad de salir airoso en situaciones difíciles. Después de que su familia pagara el rescate consiguió su libertad pero sus captores terminaron ante la justicia romana y crucificados.

En el año 65 a. C., con 30 años y siendo un experimentado soldado, fue enviado a Hispania para repeler a una peligrosa banda de rebeldes. Allí acreditó gran carisma y dotes de mando, además de un gran valor y arrojo en el combate. Se relacionaba con personas de todas las clases sociales, aristócratas y soldados. Todo esto le propinó una gran influencia política en Roma, que le sirvió para ganar las elecciones a cónsul de vuelta a la ciudad. Esta posición le otorgaba el gobierno de toda una provincia romana y el mando militar de las legiones que estuvieran estacionadas allí.

Era un hombre cercano y convincente en la oratoria, además de un gran escritor. Su intención de reformar el sistema de gobierno pronto le hizo ganar muchos admiradores plebeyos, pero también importantes detractores entre la aristocracia conservadora, que veían peligrar su posición de poder. De todos modos, para llevar a cabo sus planes necesitaba mejorar su situación económica y eso pasaba por la concesión por parte del Senado del gobierno de la provincia de Las Galias. Para lograrlo se unió con dos de los hombres más poderosos de la República: Craso, el hombre más rico de Roma y que había financiado su carrera política, y Pompeyo El Grande, general y uno de los máximos dirigentes de Roma. Junto a ellos formó lo que se denominó “El Triunvirato”. Consiguieron tanto poder que asignaban cargos a voluntad, acabando con la libertad política de la aristocracia. A Julio César se le asignó el gobierno no de una, sino de dos provincias galas y la posible conquista de todo el norte del continente europeo.

Fue en el año 59 a. C. cuando una horda de bárbaros Helvecios, formada por 300.000 hombres, se dirigieron hacia el sur en busca de nuevas tierras donde asentarse. El ejército de César los vence pero algunos escapan, aprovechando este hecho para convencer al Senado de que deben ir más allá de las tierras de la República para combatir esta posible invasión. Los cónsules creen, por el contrario, que el verdadero peligro para Roma es César, e intentan influir en Pompeyo para que deje de apoyarlo. Éste, por su parte, estaba cautivado de amor por su mujer Julia (hija de César) y había dejado de lado la política. El Triunvirato siguió adelante.

Tres años más tarde un gran ejército bárbaro comandado por Ariovisto invadió la región gala de Aedui. César informó al Senado de que oprimía a los aliados de Roma que encontraba a su paso y que esta situación hacía peligrar el prestigio de la República. El enfrentamiento no se hizo esperar, y la técnica militar y psicológica de César les hizo vencer. Quedó como dueño de Las Galias ante la escapada de Ariovisto a Germania. Pero pronto el disfraz de protector y liberador de esas tierras desapareció, pasando a someterlas e invadirlas, y llegando hasta Germania y Britania. Julio César hacía llegar el relato de todas estas historias y batallas a Roma. Estas narraciones entusiasmaban al pueblo.

Pero su suerte cambió. Su aliado Craso murió en una emboscada cuando se dirigía a invadir el reino de Parthia, y por otro lado, su hija Julia murió al dar a luz, así como su bebé unos días después. Su otro apoyo, Pompeyo, quedó destrozado y se desvinculó de él. El Triunvirato desapareció y Pompeyo se convirtió en su enemigo, influido ahora poderosamente por la clase aristocrática. Los ciudadanos de Roma se mantenían divididos defendiendo a una de las partes. El ambiente era de caos y brutalidad con constantes enfrentamientos, incluso el Senado llegó a arder hasta los cimientos.

La situación en las provincias galas no era mucho mejor. Así, en el año 52 a. C. un caudillo llamado Vercingétorix arengó a su pueblo a revelarse contra el dominio romano. Muchos soldados de toda La Galia llegaron para ayudar a sus compatriotas, pero una vez más el genio militar de César y su ejército consiguieron la victoria, y con ello, el dominio de toda la Europa del norte. Tres años más tarde, el conquistador quería regresar a Roma para reclamar lo que creía merecer, pero sabía que si lo hacía sin su ejército sus enemigos acabarían con él. Por eso lo mantuvo unido. Sabía, además, que el Senado había nombrado a Pompeyo único cónsul y que había puesto un ejército en sus manos. No obstante, su adversario sabía que no tenía nada que hacer en un enfrentamiento militar con César así que decidió marchar a Grecia para pedir ayuda a sus aliados, y crear un gran ejército.

En enero del año 48 a. C., en tierras griegas, tuvo lugar la inevitable guerra civil liderada por los dos mandatarios romanos. El ejército de Pompeyo doblegaba al de César, pero no contaba con la gran experiencia y capacidad combativa de éste. Su victoria fue absoluta obligando a Pompeyo a huir. César lo persiguió hasta Egipto pero fue demasiado tarde, allí cayó en una trampa y fue decapitado por forajidos egipcios. Le enviaron la cabeza a César y cuentan que no quiso mirarla, pero que se quedó con la sortija que utilizaba como sello mientras lloraba. Quizás recordaba a su antiguo amigo o quizás pensaba que eso mismo podría pasarle a él.

Sin rivales, en el año 46 a. C., Julio César consiguió el poder total en Roma. Se convirtió en el primer dirigente romano en concebir un imperio. Empezó reconstruyendo la ciudad de Roma, cambió las leyes de los impuestos y estableció nuevas colonias. Él era el nuevo poder, sustituyendo a la República, y con ello se aisló del resto de dirigentes. No quería compartir su poder con nobles inferiores y se proclamó “dictador” de por vida, el nuevo rey de Roma.

En este punto del relato los oradores empiezan a divagar y a hacer suposiciones sobre quién o quiénes han asesinado a César. Esta duda no la podemos resolver en este momento concreto así que cogemos de nuevo nuestra máquina del tiempo y avanzamos quince años en la historia. Como ya conocemos la figura de los oradores públicos y su gran utilidad para nuestras inquietudes nos dirigimos a la plaza del Foro y allí le preguntamos a uno de ellos sobre la muerte de Julio César.

Es recordado por el pueblo como un dios y aún se venera su figura en varios puntos de la ciudad. Lo que ocurrió en su asesinato es bien conocido. El nombre que aparece por encima de todos es el de Marco Junio Bruto, el protegido de César. Bruto no soportaba su papel secundario en la política romana ni la idea del poder absoluto. Se consideraba, además, un defensor de las libertades, y eso unido a la presión del resto de los políticos del Senado hizo que dirigiera la conspiración contra su protector.

Aquel día del año 44 a. C. en el que estuvimos, 40 conspiradores conducidos por Bruto “en nombre de la libertad”, decidieron tomarse la justicia por su mano. Nos relatan que le clavaron 23 dagas, la segunda de las cuales la empuñó el mismo Bruto. César, al verlo, le reprochó en griego diciendo: “¿Tú también hijo?”. Muchos de ellos eran amigos suyos pero no le perdonaron su deseo de poder absoluto.

Sin embargo, pasados los años, la muerte de César no recuperó la República. Al contrario, la anarquía, la violencia y el imperio acabaron por imponerse. Fue un pariente suyo, Augusto, quien en el año 31 a. C. encontró la forma de dar vida al Imperio Romano. La era de los emperadores había comenzado, y con ella la de sangrientas conquistas, brutales represiones y guerras sin fin.

Bien, pues con la información necesaria para situarnos, sólo nos queda un paso, comenzar el viaje… (ah, y no te preocupes, al finalizar, nuestra máquina nos traerá sanos y salvos de vuelta a la actualidad).

Historia - El Imperio Romano: Julio César


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1 comentarios

Anónimo  

"Caesarem vehis, Caesarique fortunam"
(Llevas a César, y a la fortuna de Julio César). Gracias, amigo, por este interesante reportaje.

2 de abril de 2010, 2:07

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