LA MÁQUINA DEL TIEMPO ** Manuel Espinosa ** Historia  

Publicado por: Pandora

Es el sueño de cualquier apasionado de la historia, un medio que nos permite transportarnos a diferentes épocas y momentos decisivos de la humanidad. Usaremos esta peculiar máquina del tiempo para viajar a todos esos lugares soñados, independientemente de si quedan lejos de nosotros o de si desaparecieron para siempre. La palabra escrita, la fotografía y el video serán nuestros acompañantes y nos facilitarán esta tarea.

Desde Pandora, nuestro lugar de encuentro, nos aventuraremos cada mes en un destino concreto de la historia. Para ello lo único que tendremos que hacer es programar nuestra máquina con los datos correspondientes y dejarnos llevar por todo aquello que veremos y oiremos.

BUEN VIAJE.

Quinto Destino

Lugar: JERUSALÉN.

Coordenadas: 31º 47′ 0″ N y 35º 13′ 0″ E

Fecha: 1194 d. C.

Descripción del viaje:

En esta nueva aventura queremos conocer uno de los episodios más relevantes de la Edad Media, Las Cruzadas. Campañas, comúnmente militares, que a partir del siglo XI se emprendieron desde el Occidente cristiano contra los musulmanes para la recuperación de Tierra Santa. Y el momento concreto que nos interesa es el de la Tercera Cruzada.

Para hacernos una idea de lo que aconteció en este periodo contamos con la obra de William de Tyre, arzobispo de Tyre e historiador, y considerado el cronista oficial de Las Cruzadas, desde el bando de los cristianos. Creemos necesario contrastar, sin embargo, esta narración con la de los otros protagonistas, y es por ello por lo que nos dirigimos a Jerusalén.

En la ciudad de las tres religiones e irónicamente denominada “princesa de la paz” encontramos al personaje que buscamos, Al-Wahrani (Ibn Hajar), biógrafo oficial de Saladino, sultán de Egipto y Siria. Al morir éste, Al-Wahrani dedica sus esfuerzos a narrar y transmitir la increíble vida de su señor y amigo. Sobre todo a subrayar el papel fundamental que jugó en el transcurso de Las Cruzadas, sobre todo en la Tercera. Es palpable la pasión que pone en esta tarea, y de forma emocionada comienza su narración ante un público entre el que nos encontramos.

El gran Saladino (Al-Nāsir Salāh ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb) consiguió a finales del siglo XII que el mundo musulmán, tras ochenta años de desunión, formara un solo pueblo y un solo ejército con el objetivo de recuperar Jerusalén, por entonces en manos de los cristianos.

Los cristianos de Jerusalén, por su parte, se encontraban en su momento más débil, dirigidos por Balduino IV, un rey enfermo de lepra desde niño. En otoño de 1183 su salud era tan débil que tuvo que nombrar regente a su cuñado Guido de Lusignan. Muchos pensaban que éste era demasiado débil para reinar, pero tuvo un aliado en la corte, un príncipe brutal que odiaba a Saladino, Reinaldo de Châtillon. Y fue este último quien desencadenó la guerra, tan esperada por otro lado.

Los cristianos habían respetado durante cuatro décadas el derecho de los musulmanes a pasar por sus territorios en las rutas comerciales entre Egipto y Siria, pero en enero de 1187 Reinaldo rompió la tregua. Atacó a una caravana musulmana llena de riquezas, hizo prisioneros a los nobles, los torturó y les robó sus posesiones. Al conocer Saladino este hecho prometió hacerse con la cabeza de Reinaldo, supuso la excusa perfecta para iniciar la guerra. Reunió un ejército formidable de 20.000 soldados a pie y 10.000 a caballo procedentes de todos los rincones del Imperio y marchó hacia la ciudad de Hattin, cerca de la costa del lago Galilea.

Guido, el líder cristiano, tuvo que formar su ejército con los caballeros de todas las ciudades y castillos del reino, pero sólo pudo reunir a 1.300 caballeros y 1.500 soldados a pie. Creían, sin embargo, que vencerían gracias a la reliquia que llevaban consigo, un fragmento de la verdadera cruz de Cristo.

La marcha del ejército cristiano pronto se vio rodeada de dificultades. Las pesadas armaduras no ayudaban a sobrellevar el tremendo calor de las llanuras desérticas, y pronto, la falta de comida y de agua mermó la cohesión del grupo. Divisaron entonces a lo lejos el lago Galilea y corrieron hacia él para saciar la sed. Fue en ese instante cuando se hizo evidente la trampa urdida por Saladino, que colocó su ejército entre los cristianos y el lago. Guido no tuvo otra opción que atacar.

Además de la enorme superioridad numérica, el ejército musulmán utilizó determinadas estrategias en la batalla. Así, prendió fuego a las hierbas secas del campo, aumentando con ello la sequedad de las gargantas de sus enemigos. Los martirizaron, además, con un enorme ruido de baterías, platillos y cánticos. El final fue el esperado, Saladino obtuvo una victoria aplastante, se apoderó del relicario dorado que contenía la cruz de Cristo y apresó a Guido y a Reinaldo. A este último le cortó la cabeza en venganza por lo que hizo con la caravana musulmana, pero al rey Guido le perdonó la vida refiriéndole: “Los reyes no matan a otros reyes”. Pero todos no correrían la misma suerte, y con la intención de infundir el temor entre los cristianos, Saladino hizo matar a los mejores caballeros enemigos, los templarios y los hospitalarios.

El ejército cruzado había sido destruido y su rey hecho prisionero. Pasearon, además, la reliquia de la cruz de Cristo por las calles de Damasco como insulto final hacia los cristianos. A partir de entonces todas las ciudades del reino cruzado fueron cayendo a manos de Saladino, hasta que en octubre de 1187 consiguió el botín más preciado, Jerusalén. Por miedo a que los cristianos destruyeran la mezquita más sagrada que estaba dentro de la ciudad, entraron pacíficamente. No obstante, la principal simbología cristiana fue destruida o deshonrada.

Todas estas noticias llegaron pronto a occidente y el papa Gregorio XIII hizo una emotiva apelación a la Tercera Cruzada, con el objetivo de recuperar Jerusalén. Los líderes más poderosos de Europa se unieron y en mayo de 1189 partió el primer ejército de 100.000 hombres desde Alemania, dirigidos por el emperador Federico Barba Roja. Éste era el hombre más poderoso del continente y Saladino lo temía realmente, pero de camino a Jerusalén se ahogó en un río y muchos de sus soldados regresaron a casa. El ejército cruzado quedó en manos de Ricardo I, rey de Inglaterra, que lo empeñó y vendió todo para financiar la Tercera Cruzada.

Mientras tanto, Saladino decidió liberar al rey cristiano Guido creyendo que ya no suponía una amenaza para él. Pero éste no tenía nada que perder, había perdido Jerusalén y en Europa lo despreciaban. Así que reunió a los soldados que le quedaban (400 caballeros y 7.000 soldados a pie) y se dispuso a reconstruir su reino. Se dirigió a la ciudad costera de Acre, allí estableció un asedio sobre la misma durante dos años pero no consiguió culminarlo debido a la resistencia del ejército musulmán. En junio de 1191, sin embargo, Guido recibió la ayuda que necesitaba de la mano del rey Ricardo I y sus 17.000 hombres, que llegaron a Acre y tomaron el mando. Tras cinco semanas de lucha consiguieron hacer una brecha en las murallas de la ciudad y entrar en la misma haciendo prisioneros a 2.700 hombres de Saladino.

Esta victoria le proporcionó gran fama y reputación a Ricardo I, que a partir de entonces sería conocido como Ricardo Corazón de León. Pero la Tercera Cruzada debía seguir hacia Jerusalén y antes había que decidir qué hacer con los rehenes. Los 2.700 musulmanes fueron utilizados por el rey como moneda de cambio. Prometió a Saladino su liberación a cambio de 200.000 piezas de oro y la devolución de la reliquia de la cruz de Cristo. Ante la falta de respuesta del sultán, Ricardo tomó una decisión brutal y ordenó asesinar a todos los prisioneros.

El ejército cruzado siguió su camino hacia Jerusalén, resistiendo los continuos ataques de los musulmanes durante su marcha. Ricardo demostraba día a día su capacidad militar y de liderazgo, pero sorprendentemente, cuando se encontraba a pocos kilómetros de su objetivo el rey consideró que su ejército de 12.000 hombres estaba muy debilitado y que no serían capaces de tomar la Ciudad Santa y defenderla luego. Hizo que se dirigieran de nuevo a la costa para preservar las ciudades conquistadas y dejar abierta la posibilidad de una nueva cruzada.

Esto, sin embargo, hizo que los musulmanes, al no tener que centrarse en la defensa de Jerusalén, pudieran atacar, y así lo hicieron. Las luchas por las ciudades costeras fueron continuas, pero ambos bandos estaban exhaustos y Saladino consideró que lo mejor sería alcanzar una tregua con Ricardo Corazón de León. Las ciudades de la costa desde Jaffa a Tyre quedarían en manos de los cristianos mientras que Jerusalén seguiría perteneciendo a los musulmanes. Como concesión, a los peregrinos cristianos se les permitiría entrar en Jerusalén para orar en el Santo Sepulcro.

Ricardo, de todas formas, se negó a entrar en la Ciudad Santa mientras estuviera en manos de sus enemigos. Regresó a Europa en octubre de 1192 y desde allí escribió a Saladino prometiéndole volver con las fuerzas necesarias para poder conseguir su objetivo. Entre los dos reyes se había labrado un respeto mutuo y éste le respondió que si tenía que perder Jerusalén prefería que cayera en manos del poderoso Ricardo antes que en las de cualquier otro príncipe.

Con lágrimas en los ojos, Al-Wahrani narra como seis meses después, en marzo de 1193, murió el sultán Saladino a la edad de 56 años y como el mundo musulmán se tambaleaba en luchas por su sucesión. Según el biógrafo, y muy a su pesar, éste sería un buen momento para que Ricardo atacara, por lo que esperaba lo peor.

Con el conocimiento que tenemos de la historia sabemos que afortunadamente para él y para todos los musulmanes, el destino quiso que Ricardo no volviera a pisar esas tierras jamás. En 1199 murió a causa de una herida de flecha recibida en una lucha en Europa.

En los 100 años siguientes se llevaron a cabo diversas cruzadas más, pero poco a poco el entusiasmo por recuperar la Tierra Santa acabó por decaer. En realidad, la historia de Las Cruzadas sólo tuvo un gran éxito para los cristianos, el de la primera de ellas. Posteriormente nunca llegaron a dominar al Islam en el transcurso de los siglos XII y XIII. Estaban llevando a cabo una batalla perdida de antemano y en 1291, Acre, la última posesión cristiana, cayó en manos musulmanas. Con ella, la historia de 200 años de Cruzadas en Tierras Sagradas.

Fue la lucha entre dos civilizaciones que pensaban que tenían a Dios de su parte. Un conflicto épico ocurrido hace casi 1.000 años que sigue proyectando su sombra hasta el día de hoy.

Bien, pues con la información necesaria para situarnos, sólo nos queda un paso, comenzar el viaje… (ah, y no te preocupes, al finalizar, nuestra máquina nos traerá sanos y salvos de vuelta a la actualidad).





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