EL PRISMA VIOLETA: NADIA ** Ana Calafat ** Cuento  

Publicado por: Pandora

NADIA (TERCERA ENTREGA)

Uno de los pájaros se coló en mi habitación, parecía contento, emitiendo unos sonidos indescifrables para mí. Al alargar mi mano para cogerlo emprendió el vuelo hacia la libertad, lo vi alejarse inmiscuida en mis propios pensamientos. Me duché con abundante agua caliente para relajar todos mis músculos, fue gratificante sentir correr el agua sobre mi piel, unos versos de Neruda acudieron a mi memoria…Tú risa nunca, porque me moriría...”, los cuales me envolvieron de ternura y melancolía. Me puse unos tejanos blancos con una camiseta rosa y bajé al encuentro de aquel nuevo día con la mejor de mis sonrisas.

- Buenos días, Nadia- me dijo Elisabeth.

- Buenos días - le contesté.

Pasamos a desayunar, esta vez en la cocina. Al parecer Alfonso se había ausentado por motivos familiares. La cocina era, como el resto de la casa, tremendamente acogedora, con suficientes ventanas para ver de lleno el jardín. Nos sentamos ante dos tazas de café caliente y unos pasteles recién hechos. Sorbí el primer trago de café, que me devolvió la fe perdida en la humanidad, pero al pasar por mi garganta aquel pastel…lo supe, no quería perder aquel trabajo por nada ni por nadie. Con esa convicción pasé la mañana, dejándome abrazar por la romántica historia de amor de aquella encantadora ancianita. Sobre las dos nos avisaron para acudir a la cita con los comensales invitados aquel día.

- El señorito Eduardo y Ernestina se encuentran en el comedor - nos dijo una jovencita con una voz enternecedora.

- Dile que ya vamos querida - contestó Elisabeth, mientras me miraba sonriendo.

El espacio lo recorrimos en silencio, yo intentaba controlar mis sentimientos para no precipitar ninguna palabra que pudiera delatarme.

- Buenas tardes, madre, ¿Cómo te encuentras hoy? - le dijo Eduardo, dejando que Ernestina le diera dos besos antes de presentármela formalmente.

La miré a los ojos para intentar descubrir que escondían, pero ella sólo dijo:

- Eduardo me ha hablado mucho de ti, es como si ya te conociera - lo dijo como un lamento.

Eduardo se acercó para darme dos besos, cerré los ojos para sentir sus cálidos labios húmedos sobre mi piel, tan hambrienta de pasión por aquel hombre. Unas palabras se quedaron en mi garganta mientras gritaba en silencio: “Te deseo con todas mis fuerzas”. Él pareció intuir mi poca resistencia, en sus ojos se reflejaron un brillo de diamante rosáceo y escandaloso, mi mirada bajó hacia el suelo, para que no viesen que estaba roja de vergüenza por sentir de una manera tan brutal aquella atracción desmedida.

Ya en el comedor traté de apaciguar un poco todo el volcán que llevaba dentro, manteniendo una conversación entre los tres de manera frívola. En el postre aproveché para ir al baño, me refresqué la cara con abundante agua, miré mi rostro mojado y lo vi. Estaba detrás de mí, mirándome. Al girarme me estrechó entre sus fuertes brazos “¡Voy a besarte!”, acercó sus labios hasta dibujar en los míos un arco iris…Me sentí como una hoja de papel en manos del destino, obstinado en acercarme a aquel hombre. Recliné la cabeza en su hombro, escondiéndome de su mirada. Tenemos que irnos, le susurré al oído. Me soltó suavemente, asintiendo con la cabeza. Esperé un rato para que no nos vieran salir juntos y fui al encuentro de las dos mujeres, las cuales me dijeron a dúo:

- ¡Ya era hora, Nadia!

- Vamos a tomar el té en la sala de música- dijo Elisabeth.

Era una sala pequeña, donde un piano era el verdadero protagonista. Sentado en él, Eduardo esperaba para empezar a tocar una música celestial que envolvió con sus notas toda la estancia. Sorprendentemente, Ernestina se puso a bailar una especie de vals, incrementando mi curiosidad por aquella joven que tenía a Eduardo en su vida, no sabía todavía por qué (“la vida es de color de rosa”). Como en la canción, todo es de color de rosa bajo el cielo de París (“siempre nos quedará París”). Una canción y una película que habían marcado mi vida de alguna manera.

Los días pasaban demasiado deprisa y la obra llegaba a su fin, inevitablemente. A Elisabeth, conforme iban avanzando sus memorias, la notaba más cansada y ausente, hasta que llegó el final y suspirando me dijo:

- Se acabó. Como todo, querida Nadia.

Noté en sus palabras el cansancio de tantos años guardando sus vivencias para ella sola. Demasiada carga para una mujer sola.

- Mañana será un día feliz, dejaré mi vida como la he vivido: Con coraje y libertad- susurró Elisabeth.

- ¿Se va de viaje?- le dije.

- Sí, pero este viaje lo haré sola - me contestó con un extraño brillo en los ojos -. Querida, ya que el sábado aquel no pudimos celebrar la fiesta, hoy tú y yo comeremos en el jardín con Alfonso ¿Te parece bien? - me dijo.

- Me encantaría pasar mi última noche aquí con ustedes dos, sería como un regalo sin precedentes - le contesté.

- Esta noche podrías ponerte en mi honor el traje que te compraste - me dijo.

- No sé si es osadía, pero me gustaría despedirme de Eduardo - le dije.

Sonrió de una manera peculiar, pero asintió con la cabeza.

Me fui a mi habitación para arreglarme con todo lujo de detalles. Esa noche era especial para mí, por ser mi despedida de aquel entorno maravilloso. Mi cuerpo sentía el calor del verano abrasándome la piel, en cambio mi cerebro transitaba por un invierno frío, apaciguador.

“Quiero escribir un poema de amor sobre tu piel.

Tatuarlo con mis caricias…”

¡No! Yo no podía escribir ni pensar en un amor tan incierto como mi futuro.

Bajé al jardín, en donde una preciosa mesa invitaba a comer los mejores manjares. Estaba preparada con un gusto tan refinado que hería la vista, unas velas le daban la luz necesaria para compartir una cena íntima. Alfonso apareció con un traje blanco de lino, estaba encantador. De pronto, por la puerta apareció Elisabeth. Su traje blanco de gasa se balanceaba igual que una brisa matutina. Unos pendientes de esmeraldas verdes, resaltaban sus rasgos que en contra de todo pronóstico aquella noche parecían más jóvenes, realmente aquella mujer era un precioso día de invierno soleado.

Nos sentamos a tomar un Martini con ginebra. De repente una voz en mi espalda me dijo:

- ¡Hola!

Miles de mariposas se peleaban en mi interior.

“¡Hola, Eduardo!” dijeron a dúo Elisabeth y Alfonso. Aquel intervalo me sirvió para tomar un sorbito de Martini. De pronto, al lado del invernadero brillaron en el cielo unos preciosos fuegos artificiales. En el ecuador de los mismos, unas letras felicitaban a Elisabeth por su aniversario.

- Mama cumple hoy…

No pudo terminar la frase pues Elisabeth dijo:

- La edad de una dama pasados los cuarenta no se debe decir - Y sonrió.

Todos esbozamos una sonrisa de complicidad. La noche, con su plateada luna, trenzaba mis anhelos, intentando refugiarlos en las más recónditas sombras, donde pudieran estar a salvo. El lago de los cisnes sonó de pronto. Alfonso dirigiéndose a Elisabeth le dijo:

- ¿Me permite este baile?

- Cómo me podría negar a semejante oferta - le contestó al mismo tiempo que se deslizaban formando una hermosa pareja.

En ese preciso momento unas bandejas de entrantes eran servidos con la sutil delicadeza de las manos expertas de unos camareros impecables. La cena fue manjar de dioses. El postre, con su cava, animó la fiesta, animándonos a bailar como unos auténticos chiquillos, enhebrándome a aquella familia de por vida ¿Cómo podría vivir sin todo aquel cariño?

- Quiero hacer una declaración de principios, ahora que soy inmensamente feliz por todo lo que la vida me ha dado, también por esta noche mágica…Mis memorias: Espero por el bien de Nadia que su “opera primasea todo un éxito. Es cierto que no he vivido de puntillas y de lo que he hecho no me arrepiento lo más mínimo…Pero, como siempre, la sombra del pasado nos atrapa dejándonos desnudos ante la vida. Hoy hecho tanto de menos a Eduardo como nunca me había pasado - comentó Elisabeth.

Sentándose, derramó unas lágrimas en su memoria. Todos acudimos a consolarla pero ella con una mano firme sacó su pañuelo diciendo:

- ¡Son las últimas!-. Dando un sorbo de cava, continuó:

- No os apenéis por mí, no pasa nada…La fiesta debe continuar.

- ¿Qué hora es? - preguntó Eduardo a Alfonso.

- Las cuatro, señor - le contestó Alfonso.

Una nube recorrió mi horizonte ¿Se tendría que ir? De pronto Elisabeth se levantó, diciendo:

- Buenas noches a todos.

- Buenas noches - contesté con resignación, pues yo quería continuar aquella fiesta durante toda la noche.

Alfonso la acompañó mientras Eduardo y yo nos quedábamos solos. Al fin, pensé. No podía esperar más y lo decidí atropelladamente. Me acerqué a él, mirándolo a los ojos, lamí con un dedo mis labios. Eduardo cogió mi dedo y lo besó

- Cómo me gustaría tenerte por una noche sola, pero no soy libre para entregarme a ti como te mereces – comentó.

Dio media vuelta y se alejó dejándome como mariposa clavada con un alfiler sobre una tabla de mármol. Me senté con mi eterna compañera soledad, y nos emborrachamos juntas. La resaca era lo único que tenía aquella mañana, cuando Alfonso llamó a la puerta

- Señorita, tengo que darle una mala noticia.

Abrí la puerta para preguntar: ¿Pasa algo?

- La señora ha fallecido esta madrugada - me dijo.

La noticia me dejó k.o. antes del primer asalto.

- ¿Dónde está? - mi voz apenas se oía.

- En su habitación - me contestó.

- Ahora bajo.

Me arreglé un poco y bajé. Ya en la habitación Elisabeth, sobre la cama, parecía que estaba dormida. Vestía un precioso traje blanco, un collar de perlas y unos pendientes a juego. Sólo pude decir:

- Está preciosa.

Salí de aquella estancia. Derrumbándome en una silla lloré, lloré hasta agotar todas y cada una de las lágrimas que oprimían mi cuerpo. Unas voces cercanas hablaban entre sí:

- Nunca quiso vivir más de noventa años.

- Ha muerto como vivió, con elegancia.

- Era todo una señora.

- Descanse en paz.

El funeral fue sencillo, ella lo había dejado escrito:

“Cuando muera mi funeral debe ser sencillo, la música que sea el adagio de Albinoni, la poesía, cualquiera, de un poeta nada sensiblero…Que nadie se adueñe de mi muerte para ensalzarse…La muerte es solo eso, Muerte…Elisabeth”

Sus cenizas se esparcieron en un extraño lugar, donde también el tiempo parecía no tener prioridad. A la vuelta, Eduardo me susurro:

- Aquí esparcieron también las de mi padre.

Esas fueron sus últimas palabras. Bajó y se fue con todas mis ilusiones y anhelos. Mi pasión se ahogó entre sollozos de impotencia. Adiós, mi vida, te deseo toda la dicha del mundo. ¿Pero cómo podía ser tan correctamente educada? Quería correr tras él para demostrarle todo el amor que sentía, pero apretando con fuerza una mano contra otra lo dejé marchar, sin que mis piernas se movieran ni un ápice.

El libro, como por obra de algún mago, resultó ser un éxito. Viajé para promoverlo durante casi un año. Lo tradujeron al francés y viajé hasta Francia (La vida es de color de rosa). París abrió una ventana a la esperanza con su luz especial, el Sena, sus parques, todo era tan sumamente encantador que alcancé un relax de alma y cuerpo. Un día estaba firmando ejemplares en una librería cercana a la torre Eiffel, cuando una voz extremadamente familiar me dijo:

- Señorita, ¿me dedica un ejemplar? La protagonista era mi madre.

Mis ojos buscaron los suyos y al encontrarlos tan cerca titubeé un instante hasta contestar:

- Encantada de dedicárselo.

- ¿Cenaría conmigo esta noche?

- Terminaré tarde- le contesté.

- No importa. La puedo esperar, tengo toda la eternidad.

Me quedé pensando si aquello era una broma del destino (¿O París con su embrujo?). Me sobrepuse y contesté:

- Encantada de cenar con usted.

¿Quién se podría resistir ante semejante propuesta?

- Muy inteligente por tu parte Nadia- me dijo.

Y allí, ante aquellos testigos curiosos, mi vida dio un giro de ciento ochenta grados, para embarcarme en el mar que me llevaba a la felicidad.

…”Siempre nos quedara París”…


Post Scriptum: ¡Queridos lectores!: Hemos llegado al final, para vuestro descanso y el mío propio.

Por primera vez voy a declarar públicamente, que de pequeña leí a Corín Tellado. Como habéis podido comprobar, en este relato hay pinceladas de las lecturas de mi infancia. No es que me arrepienta, eran otros tiempos.

No sé por qué razón este relato me ha salido rosa, cuando es común en mí que me salgan negros y bien negros, pero supongo que alguien se alegrará del color rosáceo del relato. A las personas como yo, que lo ven negro, les aconsejo que se compren un cristal rosa, para mirar a través de él (Sabrina). Os deseo un feliz Julio, aunque con este calor, creo que hay un poco de sarcasmo en mi deseo.

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3 comentarios

Ana, ya sabes que últimamente he estado muy liado entre una cosa y otra y no he podido comentar las entregas de tu cuento. Pero ahora que he podido tener tiempo he leido las tres partes seguidas.
De rosa o de negro da igual, lo que me gusta de tus historias es la capacidad que tienes de crear universos y personajes tan peculiares y genuinos.
Muchas gracias.
Nos vemos pronto.
Un beso.

12 de julio de 2011, 0:18

En estos tiempos donde prima la ordinariez y todo lo chabacano, es agradable leer historias tan elegantes,envueltas en tanto glamour. Está bien saber que siempre nos quedará París.
Besos.

13 de julio de 2011, 23:27
Reyes  

Anna, muchas gracias por habernos hecho pasar tan buenos momentos con tu relato. Espero que tú también pases un feliz Julio. Besos.

17 de julio de 2011, 10:52

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