EL PRISMA VIOLETA ** Ana Calafat ** Cuento  

Publicado por: Pandora

Queridos seguidores de Pandora, aunque suene a excusa, este mes debido a las altas temperaturas, he tenido que posponer la entrevista hasta octubre (si las neuronas sobreviven a esta canícula que nos invade). Posiblemente tengan razón y quizás el agujero de ozono sea más grande de lo que nos dicen los que se creen en posesión de la verdad, y verdaderamente nos estemos asando. Deberíamos, a mi modo de ver las cosas, tomar medidas solidarias. Aunque a nivel individual no podamos hacer mucho, si aportamos nuestro granito de arena, podríamos dejar para nuestros descendientes un planeta más habitable.


EL ESTANQUE DORADO


El sol acariciaba las primeras horas del día, una suave brisa lo envolvía todo con aromas de lavanda y un sinfín de perfumes que embriagaban el ambiente. Me detuve ante unas verjas blancas, mis viejos huesos buscaron un sitio apropiado donde descansar y poder contemplar el mundo que me rodeaba antes de entrar en la que probablemente sería mi última morada. Intentaba inspirar las últimas ráfagas de aire que me quedaban en libertad. Al acercarme a la verja pude leer un letrero situado en la parte superior de la misma, “El estanque dorado”, -bonito nombre pensé-. No sabía cómo había sobrevivido a todos mis seres queridos, siempre pensaba que no podría aguantar más, pero aguanté, sobreviviendo a todos ellos, aunque continuaban formando parte de mi vida. Ahora, en el invierno de mi existencia, me habían diagnosticado una enfermedad que me borraría poco a poco todos los recuerdos de una vida (sería como volver a nacer, pero sin fuerzas ni ganas de aprender). Y allí, con una pequeña maleta que contenía toda una vida, me encontraba exhausta para seguir luchando, pero mi cuerpo obstinado siguió avanzando con ahínco hasta cruzar la puerta. Pasé a un pequeño hall blanco. Al fondo, tras un mostrador, una señorita de blanco inmaculado esbozó una sonrisa dándome la bienvenida.

– ¿Sí? - me preguntó.

- Soy Olga Muñoz.

- La estábamos esperando, sígame, le enseñaré su habitación.

Cruzamos un pequeño comedor ahora vacío y llegamos a un pasillo con habitaciones al lado izquierdo, mientras que al otro lado unos grandes ventanales abiertos dejaban ver un precioso jardín cuidado con esmero, con árboles frondosos que daban sombra, invitando a descansar relajadamente con una buena lectura. De pronto se paró ante la puerta 33, yo pensé 6, 9 u 8, mi cerebro se negaba a descansar, -¿por qué?- . Pasé a la habitación, se dejaba ver todo su interior, disponía de dos puertas, una era la del aseo, la otra daba a un pequeño patio. Un escaso mobiliario compuesto por cama, mesita, dos sillones y un pequeño armario era todo el contenido para un futuro incierto. Cuando me quedé sola deshice la maleta, colgué la ropa y repartí unas fotografías familiares por la habitación. Encendí un cigarrillo que llevaba demasiado tiempo guardado en una cajita (regalo de un amigo). En mi mente se escuchaba el adagio de Albinoni, esa melodía me había acompañado toda mi larga vida y ahora, como yo, también se negaba a ser olvidada. Estaba absorta mirando cómo el humo entraba y salía y el aroma especial de aquel cigarrillo me animó a hacer frente a mi nueva situación, cómo dominarla, soledad, exilio, última parada. No, todavía no estaba muerta, me levanté y crucé la puerta que daba al pequeño patio solitario –aquí podría plantar algunas macetas para darle vida y entretenerme en cuidarlas hasta que el manto oscuro me atrape en el olvido- pensé. Tiré la colilla en el váter y salí a conocer mi habitáculo y sus habitantes. Todos me miraban y sonreían mientras yo les correspondía con una sonrisa, más mueca que otra cosa. Al salir al jardín me pareció ver un rostro conocido y me acerqué, era un señor con chaqueta que en un tiempo posiblemente fuera negra, ahora, aunque desgastada, conservaba su pasada elegancia. Me senté a su lado, me saludó como si fuera conocida y pronto entablamos una conversación surrealista. Me llamaba María.

-Mi amor, hoy vendrán nuestros nietos, así que prepararemos una merienda especial – me decía él.

Yo me dejé llevar y pronto pasé a ser María (qué más daba, en aquel lugar nadie era quien había sido), -si iba a perder la memoria pronto, ¿por qué no ahora para ayudar a este señor?-. Cuando nos llamaron a comer, el hombre se levantó y se fue, ausente y pensativo, ni siquiera se despidió, -¿en qué estaría pensando?-. Después de comer me dirigí a mi habitación, me esperaba una sorpresa, al abrir la puerta mis cosas estaban en la maleta y unos gritos me despertaron.

-¡Cariño!, ¡cariño!, el café está en la mesa.

-¡Dios mío!, que real había sido todo -pensé- .También los sueños forman parte de la vida, ¿o no?

Mi marido me esperaba ante dos tazas de café, un aroma agradable se esparcía por toda la cocina. Me senté ante mi taza. Aquella mañana Olga, María y yo compartimos café.

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2 comentarios

Me gusta mucho la emotividad y la ternura que transmiten tus cuentos. Enhorabuena Ana.

2 de septiembre de 2010, 22:25
Anónimo  

Me gusta mucho esta historia. Un saludo.

8 de septiembre de 2010, 23:17

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