Desde Pandora, nuestro lugar de encuentro, nos aventuraremos cada mes en un destino concreto de la historia. Para ello lo único que tendremos que hacer es programar nuestra máquina con los datos correspondientes y dejarnos llevar por todo aquello que veremos y oiremos.
BUEN VIAJE.
Octavo Destino
Lugar: AMBOISE (Francia)
Coordenadas: 47º 24′ 15″ N y 0º 58′ 48″ E
Fecha: 1518 d. C.
Descripción del viaje:
Leonardo da Vinci es uno de los mayores genios que ha dado la historia en multitud de campos artísticos. Su vida y obra han sido constantemente objeto de estudio y discusión. Hace unos años este interés se reavivó de la mano de las polémicas teorías que Dan Brown publicaba en su libro El Código Da Vinci. Con este viaje queremos acercarnos a la figura del artista y descubrir qué hay de cierto en esas ideas y cuál es su verdadera historia.
Llegamos a la ciudad medieval de Amboise, en la región central francesa, y allí nos dirigimos a la mansión de Clos Lucé, donde vive Leonardo sus últimos años de vida. Su salud es débil y su narración personal es difícil, pero las historias de sus dos aprendices, su colección de obras de arte y una gran cantidad de papeles y apuntes con sus ideas son más que suficientes para recrear su vida y su obra.
Nació en 1452 en la villa toscana de Vinci, hijo natural de una campesina, Caterina, y de Ser Piero, un rico notario florentino. Italia era entonces un mosaico de ciudades-estados como Florencia, pequeñas repúblicas como Venecia y feudos bajo el poder de los príncipes o el papa. El Imperio romano de Oriente cayó en 1453 ante los turcos y apenas sobrevivía aún, muy reducido, el Sacro Imperio Romano Germánico; era una época violenta en la que, sin embargo, el esplendor de las cortes no tenía límites. Florencia era el centro artístico y cultural de Europa.
A pesar de que su padre se casó cuatro veces, sólo tuvo hijos (once en total, con los que Leonardo acabó teniendo pleitos por la herencia paterna) en sus dos últimos matrimonios, por lo que Leonardo se crió como hijo único. Su enorme curiosidad se manifestó tempranamente, dibujando animales mitológicos de su propia invención, inspirados en una profunda observación del entorno natural en el que creció.
Consciente ya del talento de su hijo y de que al ser ilegítimo no podría ser su heredero, su padre lo autorizó, cuando Leonardo cumplió los catorce años, a ingresar como aprendiz en el taller florentino de Andrea del Verrocchio, en donde, a lo largo de los seis años que el gremio de pintores prescribía como instrucción antes de ser reconocido como artista libre, aprendió pintura, escultura, técnicas y mecánicas de la creación artística. El primer trabajo suyo del que se tiene certera noticia fue la construcción de la esfera de cobre proyectada por Brunelleschi para coronar la iglesia de Santa Maria dei Fiori. Junto al taller de Verrocchio, además, se encontraba el de Antonio Pollaiuollo, en donde Leonardo hizo sus primeros estudios de anatomía y, quizá, se inició también en el conocimiento del latín y el griego.
Su gran imaginación creativa y la temprana maestría de su pincel no tardaron en superar a las de su maestro. En el Bautismo de Cristo, por ejemplo, donde un dinámico e inspirado ángel pintado por Leonardo contrasta con la brusquedad del Bautista hecho por Verrocchio.
El joven discípulo utilizaba allí por vez primera una novedosa técnica recién llegada de los Países Bajos: la pintura al óleo, que permitía una mayor blandura en el trazo y una más profunda penetración en la tela. Además de los extraordinarios dibujos y de la participación virtuosa en otras obras de su maestro, sus grandes obras de este período son un San Jerónimo y el gran panel La adoración de los Magos (ambos inconclusos), notables por el innovador dinamismo otorgado por la maestría en los contrastes de rasgos, en la composición geométrica de la escena y en el extraordinario manejo de la técnica del claroscuro.
Florencia era entonces una de las ciudades más ricas de Europa; sus talleres de manufacturas de sedas y brocados de oriente y de lanas de occidente, y sus numerosas tejedurías la convertían en el gran centro comercial de la península itálica; allí los Médicis habían establecido una corte cuyo esplendor debía no poco a los artistas con que contaba. Leonardo tuvo durante toda su vida una gran capacidad para establecer y mantener buenos contactos con los hombres poderosos e influyentes y eso le facilitó que prefirieran su trabajo al de otros grandes pintores y artistas de la época.
Ya desde entonces Leonardo escribía todas sus ideas y pensamientos en sus legendarios cuadernos, que hoy en día están reunidos en lo que se conoce como sus códices. Al final de su vida habrá escrito veinte volúmenes, cada uno de ellos con cientos de páginas. Eran apuntes de arquitectura, óptica y perspectiva, botánica, anatomía, geología, ingeniería y fabricación de armas. Resulta enigmática la letra utilizada en todos estos escritos, casi todas las palabras están escritas al revés, de derecha a izquierda. Según Dan Brown esta era la forma que tenía Leonardo de encriptar sus trabajos, pero es más probable que sólo se tratara de un hábito adquirido y que le resultara más fácil escribir así. Por otro lado sería un código de encriptación bastante simple porque sólo con un espejo se podía leer perfectamente.
Pero esos cuadernos no son un diario y de ellos no se puede extraer ninguna información relativa a su vida personal. Lo que sí sabemos es que a los 24 años de edad la policía secreta de Florencia detiene a Leonardo, alguien le ha acusado anónimamente de practicar la sodomía con un joven de 17 años. El juicio queda en nada, no hay pruebas ni testigos, pero Leonardo se siente humillado. Es muy probable que mantuviera algún tipo de relación homosexual pero en sus escritos muestra un desinterés progresivo por el sexo.
Por aquel entonces su trabajo era muy apreciado, pero cuando el joven Leonardo comprobó que no conseguía de Lorenzo el Magnífico (Médici) más que alabanzas a sus virtudes de buen cortesano, a sus treinta años decidió buscar un horizonte más próspero y se trasladó a Milán.
En 1482 se presentó ante el poderoso Ludovico Sforza, el hombre fuerte de Milán por entonces, en cuya corte se quedaría diecisiete años como «pictor et ingenierius ducalis». Aunque su ocupación principal era la de ingeniero militar, sus proyectos (casi todos irrealizados) abarcaron la hidráulica, la mecánica (con innovadores sistemas de palancas para multiplicar la fuerza humana), la arquitectura, además de la pintura y la escultura. Su primer encargo fue la realización de un retrato de la amante de Ludovico, Cecilia Gallerani y el resultado fue su obra La Dama del Armiño. También fue contratado en 1483 por la hermandad de la Inmaculada Concepción para realizar una pintura para la iglesia de San Francisco. Emprendió entonces la realización de lo que sería la celebérrima Virgen de las Rocas, cuyo resultado final, en dos versiones, no estaría listo a los ocho meses que marcaba el contrato, sino veinte años más tarde. La estructura triangular de la composición, la gracia de las figuras, el brillante uso del famoso sfumato para realzar el sentido visionario de la escena, convierten a ambas obras en una nueva revolución estética para sus contemporáneos.
Su estancia en Milán fue muy feliz, Ludovico le permitió realizar muchos de sus proyectos y lo nombró ingeniero de la corte. La amenaza siempre presente de la guerra estimula la imaginación de Leonardo y llega a diseñar puentes que se derrumban al paso de los enemigos, una ametralladora primitiva e incluso un lanzallamas. Finalmente recibe el encargo que tanto esperaba (teniendo en cuenta su adoración por los caballos), la creación de una monumental estatua ecuestre en honor de Francesco, el fundador de la dinastía Sforza. Leonardo trabajó durante dieciséis años en el proyecto del «gran caballo» y llegó a concretarlo en una maqueta de arcilla, pero en ese momento el ejército francés invadió Milán y el bronce destinado a la estatua de caballo tuvo que ser utilizado para fundir cañones para la defensa de la ciudad. Además, la maqueta fue destruida poco después durante una de las batallas.
Pero lo que sí pudo finalizar hacia el 1498 fue una pintura mural, en principio un encargo modesto para el refectorio del convento dominico de Santa Maria dalle Grazie, que se convertiría en su definitiva consagración pictórica: La Última Cena. Probablemente Ludovico quería que formara parte de un monumento funerario para él mismo. Necesitamos hoy un esfuerzo para comprender su esplendor original, ya que se deterioró rápidamente y fue mal restaurada muchas veces. La genial captación plástica del dramático momento en que Cristo dice a los apóstoles «uno de vosotros me traicionará» otorga a la escena una unidad psicológica y una dinámica aprehensión del momento fugaz de sorpresa de los comensales (del que sólo Judas queda excluido).
La obra fue revolucionaria por la técnica pictórica utilizada, la agrupación de las figuras o la humanidad que reflejan los personajes. Sin embargo, según El Código Da Vinci, esa revolución va más allá y considera que Leonardo transmitió un mensaje secreto a través de su obra. Sugiere que la figura de aspecto femenino que aparece a la izquierda de Jesús no es Juan, como asegura la tradición, sino María Magdalena, quien se supone que sería la mujer de Jesús. Naturalmente el libro mencionado es una obra de ficción, pero, ¿creyó Leonardo algo de todo esto?
Como se dijo anteriormente, la obra se realizó en el refectorio, el comedor del monasterio, y el público que la observaba lo formaban los religiosos que iban allí a comer; no era el escenario más adecuado para deslizar un mensaje secreto. Y ese mensaje nunca hubiera llegado a una audiencia receptiva en caso de que se hubiera emitido un mensaje contrario a las enseñanzas de la iglesia católica. Por otro lado, mostrar a un hombre joven con rasgos femeninos en oposición a las figuras entradas en años que aparecen sentadas a la mesa era algo totalmente habitual, y si a eso añadimos que la mala conservación de la pintura impide ver detalles claros, podemos concluir que no existen pruebas claras para determinar que sea un personaje femenino.
A finales de 1499 los franceses entraron en Milán y Ludovico el Moro perdió el poder. Leonardo abandonó la ciudad acompañado de su discípulo Pacioli y tras una breve estancia en casa de su admiradora la marquesa Isabel de Este, en Mantua, llegó a Venecia. Acosada por los turcos, que ya dominaban la costa dálmata y amenazaban con tomar el Friuli, la Signoria contrató a Leonardo como ingeniero militar.
En pocas semanas proyectó una cantidad de artefactos cuya realización concreta no se haría sino, en muchos casos, hasta los siglos XIX o XX, desde una suerte de submarino individual, con un tubo de cuero para tomar aire destinado a unos soldados que, armados con taladro, atacarían las embarcaciones por debajo, hasta grandes piezas de artillería con proyectiles de acción retardada y barcos con doble pared para resistir las embestidas. Le fascinaba el vuelo de los pájaros y por ello trabajó mucho en el diseño de mecanismos que permitieran volar al hombre. Pero los costes desorbitados, la falta de tiempo y, quizá, las excesivas (para los venecianos) pretensiones de Leonardo en el reparto del botín, hicieron que las geniales ideas no pasaran de bocetos. Sin embargo su trabajo como retratista seguía estando muy cotizado, aunque no fuera lo que más le interesara.
En abril de 1500 Da Vinci entró en Florencia, tras veinte años de ausencia. Y descubrió entonces que ya no era el artista favorito de la ciudad, ese puesto lo ocupaba un joven conocido como Miguel Ángel. Se estableció cierta rivalidad entre ellos, pero Leonardo decidió ofrecer sus servicios más allá de las fronteras de la ciudad.
César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, hombre ambicioso y temido, descrito por el propio Maquiavelo como «modelo insuperable» de intrigador político y déspota, dominaba Florencia y se preparaba para lanzarse a la conquista de nuevos territorios. Leonardo, nuevamente como ingeniero militar, recorrió los terrenos del norte, trazando mapas, calculando distancias precisas, proyectando puentes y nuevas armas de artillería. Pero poco después el condottiero cayó en desgracia: sus capitanes se sublevaron, su padre fue envenenado y él mismo cayó gravemente enfermo. Además mandó asesinar a un amigo de Leonardo y eso hizo que finalizara su alianza.
En 1503 Leonardo volvió a la ciudad y a los pinceles y comenzó un retrato menor que terminaría por convertirse en el cuadro más celebrado de la historia del arte: La Mona Lisa. La mítica Gioconda ha inspirado infinidad de libros y leyendas, y hasta una ópera; pero poco se sabe de su vida. Ni siquiera se conoce quién encargó el cuadro, que Leonardo se llevó consigo a Francia, donde lo vendió al rey Francisco I por cuatro mil piezas de oro. Perfeccionando su propio hallazgo del sfumato, llevándolo a una concreción casi milagrosa, Leonardo logró plasmar un gesto entre lo fugaz y lo perenne: la «enigmática sonrisa» de la Gioconda es uno de los capítulos más admirados, comentados e imitados de la historia del arte y su misterio sigue aún hoy fascinando. Existe la leyenda de que Leonardo promovía ese gesto en su modelo haciendo sonar laúdes mientras ella posaba; el cuadro, que ha atravesado no pocas vicisitudes, ha sido considerado como cumbre y resumen del talento y la «ciencia pictórica» de su autor.
Durante ese mismo año de 1503 recibió el encargo de pintar un gran mural (el doble del tamaño de La última cena) en el palacio Viejo: la nobleza florentina quería inmortalizar algunas escenas históricas de su gloria. Leonardo trabajó tres años en La batalla de Angheri, que quedaría inconclusa y sería luego desprendida por su deterioro.
La ya mencionada rivalidad con Miguel Ángel hizo que Leonardo volviese a dejar Florencia y marchara de nuevo a Milán en 1506. Su interés por los estudios científicos era cada vez más intenso: asistía a disecciones de cadáveres, sobre los que confeccionaba dibujos para describir la estructura y funcionamiento del cuerpo humano. Esto no gustaba nada a la Iglesia Católica.
Leonardo por entonces pintaba poco, dedicándose a recopilar sus escritos y a profundizar sus estudios, con la idea de tener finalizado para 1510 su tratado de anatomía. No obstante, volvió momentáneamente a Milán para terminar su obra de La Virgen de las Rocas.
En 1513 una nueva situación de inestabilidad política lo empujó a abandonar Milán; junto a sus aprendices Melzi y Salai marchó a Roma, donde se albergó en el belvedere de Giulano de Médicis, hermano del nuevo papa León X.
En el Vaticano vivió una etapa de tranquilidad, con un sueldo digno y sin grandes obligaciones: dibujó mapas, estudió antiguos monumentos romanos, proyectó una gran residencia para los Médicis en Florencia y, además, trabó una estrecha amistad con el gran arquitecto Bramante, hasta la muerte de éste en 1514. Pero en 1516, muerto su protector Giulano de Médicis, Leonardo dejó Italia definitivamente, para pasar los tres últimos años de su vida en el palacio de Cloux como «primer pintor, arquitecto y mecánico del rey».
El gran respeto que Francisco I le dispensó hizo que Leonardo pasase esta última etapa de su vida más bien como un miembro de la nobleza que como un empleado de la casa real. Fatigado y concentrado en la redacción de sus últimas páginas para su tratado sobre la pintura, pintó poco aunque todavía ejecutó extraordinarios dibujos sobre temas bíblicos y apocalípticos.
A partir de 1517 su salud, hasta entonces inquebrantable, comenzó a desmejorar. Su brazo derecho quedó paralizado; pero con su incansable mano izquierda Leonardo aún hizo bocetos de proyectos urbanísticos, de drenajes de ríos y hasta decorados para las fiestas palaciegas. Su casa de Amboise se convirtió en una especie de museo, plena de papeles y apuntes conteniendo las ideas de este hombre excepcional, muchas de las cuales deberían esperar siglos para demostrar su factibilidad e incluso su necesidad; llegó incluso, en esta época, a concebir la idea de hacer casas prefabricadas. Sólo por las tres telas que eligió para que lo acompañasen en su última etapa, la Gioconda, el San Juan y Santa Ana, la Virgen y el Niño, puede decirse que Leonardo poseía entonces uno de los grandes tesoros de su tiempo.
El 2 de mayo de 1519 murió en Cloux; su testamento legaba a Melzi todos sus libros, manuscritos y dibujos, que éste se encargó de retornar a Italia. Como suele suceder con los grandes genios, se han tejido en torno a su muerte algunas leyendas; una de ellas, inspirada por Vasari, pretende que Leonardo, arrepentido de no haber llevado una existencia regido por las leyes de la Iglesia, se confesó largamente y, con sus últimas fuerzas, se incorporó del lecho mortuorio para recibir antes de expirar, los sacramentos.
Leonardo da Vinci fue y sigue siendo uno de los grandes genios de la historia de la humanidad.
Bien, pues con la información necesaria para situarnos, sólo nos queda un paso, comenzar el viaje… (ah, y no te preocupes, al finalizar, nuestra máquina nos traerá sanos y salvos de vuelta a la actualidad).