EL PRISMA VIOLETA: AGUSTINA ** Ana Calafat ** Cuento  

Publicado por: Pandora

8 DE MARZO

“Este mes, se celebra el día internacional de la mujer trabajadora, fecha en la cual todas las mujeres tendríamos que hacer un ejercicio de memoria y pensar, ser la voz de aquellas que nos precedieron, arriesgando e incluso perdiendo la vida por un simple voto, algo que ahora vemos tan fácil. Desde aquí quiero rendirles mi más sincero agradecimiento a estas fantásticas mujeres. Esta fecha es para celebrarla pero sin olvidarnos el resto del año de que la lucha es diaria”.


AGUSTINA

En el reloj de la iglesia cercana a casa, sonaban las dos de la madrugada, yo tenía los ojos tan abiertos como si se tratara de las nueve de la mañana siguiente, en mi cabeza se repetía una y otra vez la misma pregunta:

-¿Por qué me habías abandonado?

Sin una carta ni una mísera llamada, solo un cigarrillo a medias delataba tu huida.

-¿Qué había pasado?

Entre nosotros nunca hubo un gran amor, esa es la verdad, tampoco fuiste el primero, pero no por ello la ruptura tenía que ser tan glacial, sin apenas una despedida. Eso sí, el armario vacío de su contenido presagiaba un futuro incierto. Me levanté en busca de algún brebaje que me ayudara a caer en los brazos de Morfeo. En el frigorífico solo quedaban unas cuantas cervezas negras, tomé una y me acerqué al sillón. Saboreé el primer trago, busqué un cigarrillo y lo encendí saboreando cada calada como si fuera la última. En el televisor una pitonisa prevenía a una joven, pensé en llamar, pero descarté esa posibilidad. Cambié de canal. Unas cuantas cervezas después hicieron que volviera a la cama. La cabeza me iba a estallar cuando sonó el despertador. Alargué la mano para apagarlo y me levanté en busca de un café solo, cargado, humeante. Preparé un zumo de naranja y una tostada con tomate y jamón. Pronto me sentí preparada para cualquier cosa. La ducha y unos tejanos ceñidos hicieron el resto.

Salí de casa con el tiempo justo de coger un taxi. A esa hora en una ciudad como Barcelona, era misión casi imposible, pero uno libre paró delante de mí. Llegué con unos minutos de antelación y subí deprisa para no tropezarme con nadie. Pasé el vestíbulo que me separaba del despacho a toda prisa, sin darme cuenta de que allí mismo en la puerta estabas tú, sonriente, elegante, con cara de haber dormido de un tirón toda la noche. Me sentí tan pequeña ante una situación tan desconcertante que esbocé una sonrisa.

-¡Hola, tenemos que hablar!

-¿Aquí?

-Sí será lo mejor, ¿no crees?

Pasamos al despacho. Yo dejé la puerta entreabierta, me daba más seguridad (qué vulnerables nos sentimos cuando alguien toma una decisión y no sabemos de qué se trata). Proseguiste:

-Anoche tomé una determinación precipitada, he tenido toda la noche para pensar. Creo que nos tendríamos que dar otra oportunidad. ¿Tú qué dices?

Yo qué iba a decir, él había llevado la voz cantante todo el rato, ahora de qué servía mi opinión.

-¿No dices nada?- me dijiste.

-¡Sí!

Al fin salieron de mi boca las palabras exactas y aunque la comodidad puede llevar a una decisión errónea el buen juicio a veces nos rescata de tal locura.

-¡Creo que ya está todo dicho!, ¿no crees?- añadí.

-¡Bah! Agustina, no seas rencorosa. Te necesito.

¡Ahora me necesitaba! No quería que mi nerviosismo me delatara y opté por la salida más fácil.

-Acaban de llamarme para decirme que abajo me espera un cliente. Bueno mañana te llamo- dije.

Nos despedimos con un beso, sellando así la falsedad con la que a veces coqueteamos cuando se visualiza en el horizonte el fantasma de la soledad. ¿Quién nos puede querer tanto como nosotros?, ¿Quién nos conoce mejor?, Somos animales de costumbres y contra eso es difícil luchar. Dejé mis pensamientos estacionados hasta más tarde, y me dispuse a trabajar un rato en un caso que me habían encargado que investigara por posible fraude fiscal, tan de moda últimamente.

Mi carrera profesional empezó en un humilde despacho que compartía con otros dos compañeros de promoción. Por entonces éramos tan inocentes que creíamos en el sistema, pensábamos que podríamos cambiar el mundo (qué ilusos). Pronto cayeron nuestras vendas y cada uno buscó un camino diferente, pero permanecíamos en contacto. De vez en cuando comíamos juntos, así seguíamos alimentando nuestra amistad. Aquel día al comprobar mi agenda, vi que había quedado con ellos para comer, lo cual hizo más llevadera la mañana. La cita era sobre las dos de la tarde en el restaurante de siempre. Necesitaba evadirme de lo cotidiano, así que cerré el expediente y me regalé el resto de la mañana. No podía concentrarme en nada que no fuera autolamentarme de nuestra ruptura. Bajé y crucé la calle que me separaba de Las Ramblas. A esa hora suele estar bastante animada. Así la encontré. Al pasar por delante de los puestos de las flores me percaté de un bonito ramo de girasoles (me encantan las flores en cualquier rincón de la casa). Necesitaba rodearme de pequeños detalles que me hicieran feliz, llenar todo mi espacio de seres vivos. La armonía siempre me había gustado, pero sin saber cómo ni cuándo descuidé mi entorno por comodidad, y ahora era el momento de retomarlo. Me sentía dichosa.

Con la euforia del momento casi paso de largo por delante del restaurante. Entré y me pedí una cerveza negra bien fría, no hay nada mejor que el primer sorbo de una buena cerveza.

-¡Hola Agustina!

Me giré y allí estaban Manuel y Diego.

-Que alegría me da cada vez que os veo chicos.

Dos lágrimas resbalaron por mis mejillas.

-¿Pasa algo?

-No, no.

Fue Manuel el que puntualizó:

-Somos tus amigos, por lo tanto nos preocupamos de que las cosas te vayan bien. Si no fuera así… ¿Tú nos lo dirías?

Les relaté lo acontecido la noche anterior y tu falsa preocupación de aquella misma mañana. El restaurante estaba situado en un ático con unas vistas preciosas a Las Ramblas. Ya más relajada pedimos la comida. Habíamos encargado un menú de degustación como siempre. Eran exquisiteces variadas. Todo ello con un Viña Esmeralda. Entonces Manuel dijo:

-María y yo nos hemos separado.

Fue un jarro de agua fría. Una pareja como ellos, toda la vida juntos. Por eso, el tiempo, todo lo puede.

-¿Y los niños?

-Vamos a compartir la custodia.

-¿Ha sido amistosa?

-Sí.

Al fin Diego intervino para añadir:

-Chicos, no tengo nada nuevo que contar. Sigo siendo el mismo aburrido de siempre.

La sobremesa duró hasta las tantas, así que decidimos continuar de tapeo por el centro, lugar donde se habían puesto de moda los pinchos. Ya no podíamos más cuando en un bar muy típico nos tomamos un café irlandés. Tantas emociones, la comida pero sobre todo la bebida, fue lo que hizo que Manuel me acompañara a casa. El taxi nos llevó hasta mi casa. Me giré para darle un beso de despedida a Manuel, pero sin saber cómo rocé sus labios. Los dos nos estremecimos. Medio aturdida bajé intentando buscar en mi caótico bolso las llaves para refugiarme en mi casa y huir de una posible locura pasional. No quería destrozar una amistad tan bonita como la nuestra. Al fin encontré las llaves y me dispuse a abrir mi portal, cuando el sonido de su voz casi a la altura de mí oído me susurró:

¿Me invitas a pasar? No te preocupes, no pasará nada que no queramos los dos.

Abrí el portal y subimos al piso a pie. Estaba demasiado aturdida para coger el ascensor. La puerta de mi casa era la primera a la izquierda. La abrí, encendí las luces y me dirigí a la cocina para poner las flores en un jarrón. Salí y las puse sobre la mesita del comedor.

-Dime, ¿quieres tomar un cava?

-¡Vale!

Entablamos una conversación superficial. Mis ojos evitaban los suyos para que no descubriera en ellos una pasión descontrolada por lanzarme en sus brazos.

-¿Un poco de música?

-Sí.

Busqué un CD de María del Mar Bonet.

-Excelente elección Agustina, como siempre.

Se levantó y me cogió de la mano. Bailamos al son de la música. Magia- pensé- destino- qué sé yo. Me sentía viva, mi cuerpo se mecía al compás de la melodía. Cerré los ojos para retener esa conexión entre la música y yo. Todo era maravilloso. Noté la proximidad de sus labios hasta detenerse en los míos. Nos besamos primero suavemente, sin prisa, después con pasión. Lo miré como si lo viera por primera vez.

-¿Te apetece continuar?- me dijo.

-¡Sí por favor! ¿Pero… y mañana?- respondí.

Su respuesta fue sincera:

-Mañana quizás no estemos en este mundo.

Nos desnudamos con manos temblorosas. Intercambiamos caricias guardadas para ese momento divino, el que precede al acto de hacer el amor sin ninguna atadura ni convencionalismo, simplemente dos seres sedientos de ternura. La noche fue corta y el amanecer nos sorprendió agotados. Debí de quedarme dormida. Me despertó el sonido del despertador. Alargué la mano pero la cama estaba vacía. Abrí los ojos. Una nota en la almohada decía: “No he querido despertarte. Estabas tan hermosa… Te llamaré al despacho. Manuel”. Me levanté y preparé un café. ¿Qué había pasado? ¿Dónde acabaría aquello? Bueno, ¿qué más daba? La vida es una cadena sucesiva de acontecimientos, buenos o malos, acertados o no, pero nuestros. Esta vida es como un viaje sin retorno. Hay que subirse a ella para vivirla plenamente y eso iba a hacer a partir de ahora, antes de que partiera sin mí.

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2 comentarios

La vida a veces nos da un aliciente tras un mal trago, y los trenes hay que saber cogerlos. Gracias por el prisma de Violeta, cada historia está más llena de algo que hace ensanchar los pulmones llenos de aire y nos ayuda a los lectores a respirar mejor, envolviendonos en esa magia que creas.
Gracias.

3 de marzo de 2011, 9:55
Reyes  

Anna, me ha gustado mucho tu cuento. Me parece una gran aventura dentro de la cotidianidad. Además, la protagonista es una mujer moderna, libre, que no se achica por nada y que quiere disfrutar al máximo de la vida. Una valiente, sin duda. También me gusta mucho el ritmo y la sensualidad del escrito. Lo dicho. Mi más sincera enhorabuena.

REYES.

9 de marzo de 2011, 17:27

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