LA PIEDRA LLOROSA
Allá por 1857, durante el reinado de Isabel II y el gobierno de Narváez tuvo lugar la primera guerra carlista, acompañada de motines y cuartelazos. En Sevilla, un grupo de jóvenes utópicos liberales, capitaneados por el coronel retirado Joaquín Serra y dirigidos por Cayetano Morales y por Manuel Caro, decidieron alzarse en armas. Organizaron una partida que el 29 de junio se echó al monte camino de Ronda, cometiendo diversas tropelías en El Arahal y otros pueblos de la zona. Pero en Benaoján los alcanzaron las tropas de los regimientos de Albuera y de Alcántara. Los sublevados apenas hicieron un disparo, mientras las tropas les provocaron 25 muertos en las primeras descargas, e hicieron prisioneros a todos los supervivientes. El lance costó el cargo al gobernador y al capitán general.
El gobierno de Madrid envió con plenos poderes, civil y militar, a un duro comisionado de Narváez, don Manuel Lassala y Solera, quien sin que le temblara la mano mandó fusilar a los 82 detenidos, presos en el cuartel de San Laureano. El alcalde de Sevilla, García de Vinuesa, pidió en vano su indulto.
Llegada la mañana del 11 de julio fueron sacados de San Laureano y llevados a la Plaza de Armas del Campo de Marte para ser fusilados. La misma Sevilla novelera que acudía a la plaza de San Francisco a los autos de fe llenó las afueras de la Puerta de Triana para ver el fusilamiento. Sacerdotes y hermanos de la Caridad ayudaban a bien morir a los muchachos, que no acababan de creerse que aquellos soldados los fusilarían.
En aquel espanto llegó el alcalde García de Vinuesa con dos alguaciles, en un último e inútil intento de salvarlos. Sonaron redobles de tambores, seguidos de la descarga del piquete de ejecución. Y la situación empeoró aún más: unas balas perdidas rebotaron y mataron a dos muchachos que habían subido a un árbol a contemplar la macabra escena. García de Vinuesa, entonces, se fue hacia la Puerta Real desolado y derrotado. En una esquina halló una piedra y se sentó en ella. El alcalde de la ciudad rompió en llanto sobre aquella piedra por la muerte de los sevillanos fusilados. Los alguaciles que lo acompañaban lo oyeron lamentarse una y otra vez, pañuelo en mano:
“¡Pobre ciudad, pobre ciudad!”.
Esta piedra, donde se sentó el alcalde, todavía se puede contemplar en Sevilla. Muchos sevillanos nos hemos sentado en ella, sobre todo en Semana Santa, para poder descansar. Nos hemos sentado sin conocer su historia y su leyenda. A esta piedra se la conoce como “La Piedra Llorosa” y hoy en día se encuentra situada al final de la calle Alfonso XII, en plena Puerta Real y adosada a los restos de las antiguas murallas.