Cuando tuve que ir a Madrid para sacar el visado de residente estadounidense, no me resultó complicado entrar en la cabina del AVE para observar cómo funciona, simplemente bastó una agradable conversación con el supervisor del vagón y unas palabras de permiso pronunciadas educadamente, acompañadas, como no, de una simpática sonrisa. Pero en un avión no resultaría tan fácil. Fue en el regreso, concretamente en el vuelo Madrid-Sevilla, cuando me sorprendió la actitud de la tripulación.
Fui el último en embarcar, a pesar de que la puerta de embarque estaba cerrada (el vuelo Londres-Madrid se había retrasado y llegué tarde a la capital española). A pesar de, como digo, entrar el último, al momento de llegar a mi asiento me propuse intentarlo por última vez. Me fui a la parte delantera del avión y allí le dije a una azafata que era un aficionado a la aeronáutica desde hacía muchos años, y que desde siempre tuve la curiosidad y deseo de entrar a la cabina de vuelo. Me dijo que esperase, habló con los pilotos y me dejaron pasar.
Fueron pocos minutos allí, pero os puedo asegurar que la charla con el piloto fue muy buena y él fue muy atento respondiendo a mis dudas. A pesar de ser el último que entró en el avión, puedo decir que fui uno de los primeros en despegar.
Y hasta aquí mi experiencia en la cabina de un avión, en otro número relataré como me fue en la del AVE. No se trata de un artículo literario ni mucho menos, simplemente de vivencias que me gusta contar.